sábado, 19 de febrero de 2011

Próxima parada: la Casa de Saud

Pepe Escobar
Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


A continuación presentamos un curso rápido sobre cómo uno de “nuestros” dictadores –monárquicos– trata a su propio pueblo durante la gran revuelta árabe de 2011.
El rey de Bahréin, Hamad al-Khalifa, tiene sangre en sus manos después que sus fuerzas mercenarias de seguridad –paquistaníes, indios, sirios y jordanos– atacaran sin advertencia previa a manifestantes dormidos, pacíficos, a las 3 de la madrugaa del jueves en la rotonda Pearl, la versión en el minúsculo país del Golfo de la plaza Tahrir de El Cairo.

En la brutal acción represiva murieron por lo menos cinco personas –incluido un niño pequeño– y hubo 2.000 heridos, algunos por disparos, dos de ellos en situación crítica. La policía antidisturbios apuntó a los médicos y enfermeros e impidió que las ambulancias y los donantes de sangre llegaran a la rotonda Pearl. Un doctor en el hospital Salmaniya dijo a al-Jazeera que había un camión refrigerado frente al hospital, y que teme que el ejército lo haya utilizado para sacar más cadáveres.

Maryama Alkawaka, del Centro de Derechos Humanos de Bahréin, estuvo presente: “Fue muy violento, [la policía] no mostró piedad alguna”. Una avalancha de twits de bahreiníes denunció un ataque sorpresa al “estilo israelí” y una actitud de tirar a matar. Y muchos han denunciado a al-Jazeera por no haber mantenido un enlace satelital en vivo como el que tuvo en El Cairo, y por decir que se trató sólo de una protesta chií. La rotonda Pearl está rodeada actualmente por casi 100 tanques en todas las entradas y salidas. El centro de Manama se ha convertido en una ciudad fantasma.

La oposición chií lo describió como “verdadero terrorismo”. Reem Khalifa, editor sénior del periódico opositor al-Wasat, dijo: “Las fuerzas del régimen llegaron sin previo aviso y masacraron a una multitud mientras dormía”. Habían estado “cantando juntos, gritando ‘ni suníes ni chiíes sólo bahreiníes'. Nunca antes habíamos visto algo semejante. Y es lo que molestó más a los agentes del gobierno –siempre tratan de dividir a la gente… Y ahora el régimen difunde mentiras sobre mi persona y otros periodistas que tratan de decir lo que está sucediendo.”

Khalifa tuvo el valor de ponerse de pie y enfrentar duramente al ministro de exteriores de Bahréin en una conferencia de prensa, desenmascarando totalmente su versión de los eventos (calificó las muertes de “lamentables” pero insistió en que los manifestantes eran sectarios y estaban armados).

El Consejo de Cooperación del Golfo –el club escandalosamente acaudalado de reinos locales que tiene más de 1 billón de dólares acumulados en reservas en el exterior y casi un 50% de las reservas confirmadas de petróleo del mundo bajo tierra– emitió, qué otra cosa iba a hacer, una insulsa declaración en apoyo a Bahréin.

Mátenlos, pero con guante de terciopelo

¿Indigna todo esto, aunque sea remotamente, a Washington? La evidencia habla por sí sola. La secretaria de Estado de EE.UU. Hillary Clinton expresó su “profunda preocupación”, según el Departamento de Estado, e “instó a mostrar circunspección”. El Pentágono dijo que Bahréin es “un socio importante”; después el secretario de Defensa Robert Gates llamó al príncipe heredero de Bahréin, Salman, sin duda para asegurarse de que todo iba bien con la Quinta Flota de la Armada de EE.UU. y su personal de 2.250 ilitares ubicados en un complejo aislado de 24 hectáreas en el centro de Manama.

Incluso el New York Times se vio obligado a reconocer que el presidente de EE.UU., Barack Obama, “todavía no ha expresado una franca crítica pública a los gobernantes de Bahréin como la que hizo contra el presidente Hosni Mubarak de Egipto, o la que ha dirigido repetidamente contra los mullahs en Irán”. Pero no puede hacerlo: después de todo el rey de Bahréin que mata a su pueblo es otro de los sospechosos habituales, un “pilar de la arquitectura de seguridad estadounidense en Medio Oriente”, y “un firme aliado en su enfrentamiento con la teocracia chií de Irán”.

Considerando esas circunstancias estratégicas, cuesta descartar al politólogo y blogueador libanés en el sitio en la web Angry Arab, As'ad AbuKhalil, cuando subraya: “EE.UU. tuvo que urdir la represión en Bahréin para apaciguar a los tiranos de Arabia Saudí y otros países árabes, furiosos con Obama por no haber defendido a Mubarak hasta el final”.

A propósito, el príncipe Talal Bin Abdulaziz de Arabia Saudí –padre del multimillonario amado por Occidente, príncipe Al Waleed bin Talal– dijo a la BBC que existe peligro de que las protestas en Bahréin se extiendan a Arabia Saudí.

Nunca se podrá subrayar suficientemente que Bahréin tiene que ver directamente con Irán contra Arabia Saudí.

La base naval de EE.UU. en Manama representa un policía en patrulla (en el Golfo Pérsico). Además, un 15% de la población de Arabia Saudí es chií, y vive en las provincias orientales, donde está el petróleo. Eso hace que sea extremadamente difícil que los bahreiníes –chiíes e incluso suníes– amenacen a la dinastía suní gobernante al-Khalifa, ya que la Casa de Saud se apresurará de inmediato a participar con toda clase de apoyo logístico y militar.

Además, Arabia Saudí tiene inmensa influencia sobre el petróleo de Bahréin, que proviene del campo petrolífero compartido Abu Saafa, explotado por Saudi Aramco y compartido con un refinador bahreiní.

Bahréin está lejos de nadar en petróleo. Según cifras del Fondo Monetario Internacional, Arabia Saudí produjo en 2010 aproximadamente 8,5 millones de barriles de petróleo por día; los Emiratos Árabes Unidos 2,4 millones, Kuwait 2,3 millones, y Bahréin sólo 200.000 barriles por día.

Según Moody’s, el gobierno de Bahréin necesita para equilibrar su presupuesto petróleo a 80 dólares el barril, “uno de los umbrales de rentabilidad presupuestarios más elevados en la región”, dice Financial Times. Como señala un informe de Barclays Capital con un típico contorsionismo corporativo: “Los anuncios de protestas callejeras, concesiones del gobierno al precio de deteriorar la posición fiscal y tensiones políticas a punto de estallar, han creado un telón de fondo que ha llevado evidentemente a los inversionistas a considerar Bahréin con creciente cuidado”.

De modo que si los manifestantes realmente quieren golpear a al-Khalifa donde duele, debieran apuntar al nexo entre el negocio del petróleo y el sector financiero. Será una lucha extraordinariamente difícil contra un inicuo Estado policial repleto de mercenarios –especialmente consejeros militares jordanos (el “torturador maestro” de la Mukhabarat [policía secreta, N. del T.] es jordano)- y que ahora cuenta con la “ayuda” de tanques y soldados saudíes. Además, la policía antidisturbios y las fuerzas especiales no hablan el dialecto local, y en el caso de los baluchis de Pakistán, ni siquiera hablan árabe.

Las perspectivas son poco prometedoras. El rumor entre conocedores en Manama habla de una división dentro de la familia real. El temido sectario Khalid bin Ahmed, responsable de la política de naturalizar a suníes “importados” para alterar el equilibrio demográfico y diluir aún más los derechos a voto de la población chií indígena, estaría de un lado; y el rey más el príncipe heredero Salman (el compinche de Gates) estaría del otro. El rey podría estar perdiendo control. Y en este caso Arabia Saudí presionaría para que bin Ahmed se hiciera cargo y que uno de los hijos del rey, Nasir Bin Hamed, fuera príncipe heredero. Tiene sentido, si es visto a través del prisma de la brutal represión.

Hora de cruzar el puente

Lo que ciertamente pueden lograr los chiíes de Bahréin es inspirar a los chiíes en Arabia Saudí en términos de una larga lucha por más igualdad social, económica y religiosa. Es una vana ilusión apostar a que la Casa de Saud se reforme por sí sola. No lo hará mientras goce de una extraordinaria riqueza petrolera y mantenga un vasto aparato represor, más que suficiente para comprar o intimidar cualquier forma de disenso.

Sin embargo puede haber motivos para soñar con que Arabia Saudí siga el mismo camino que el nuevo Egipto. La edad promedio del trío de príncipes gobernantes de la Casa de Saud es de 83 años. El 47% de los 18,5 millones de naturales del país tiene menos de 18 años. Desde YouTube, Facebook y Twitter se ejerce una creciente vigilancia sobre una concepción medieval del Islam, así como una corrupción abrumadora.

La clase media disminuye, un 40% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, no tiene prácticamente acceso a ninguna educación, y está de hecho incapacitada para trabajar (un 90% de todos los empleados son suníes “importados”). Incluso el cruce de la calzada a Manama basta para meter ideas en la cabeza de la gente.

Una vez más, hablamos de una lucha extraordinariamente difícil en un país sin partidos políticos o sindicatos, u organizaciones estudiantiles, en el que cualquier tipo de protesta o huelga es ilegal, y en el que los miembros del consejo de la shura son nombrados por el rey.

El periódico Arab News ya ha advertido en todo caso que esos vientos de libertad del norte de África pueden llegar a Arabia Saudí. Todo puede girar en torno al desempleo de los jóvenes, de un insostenible 40%. No cabe duda: la gran revuelta árabe de 2011 sólo cumplirá su misión histórica si sacude los fundamentos de la Casa de Saud. ¡Jóvenes suníes y chiíes de Arabia Saudí, no tenéis nada perder salvo vuestro miedo!

Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.

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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MB19Ak01.html

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122707

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